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martes, 31 de octubre de 2017

Fantasía y figuras varias

En esta entrada incluiremos todas aquellas figuras que excedan el marco de la Historia Militar, pero que, a nuestro entender, enriquecen la colección.


El Río de la Plata en vísperas de la Revolución



Todas estas figuras del Buenos Aires colonial fueron confeccionadas en aleación metálica y escala 1/32 (54 mm) por el taller: MS Miniaturas

En la época colonial la gente compraba sus mercaderías en los comercios que estaban alrededor de la plaza mayor como las tiendas, las panaderías y los almacenes.

También compraban alimentos que se producían en el virreinato, y se vendían en el mercado de la plaza, al aire libre.

El mercado, ubicado en la Recoleta, ocupaba un espacio cuadrangular con pequeños locales alineados uno al lado del otro, en donde se establecían los vendedores de frutas, carnes y verduras. Allí, se podía encontrar pescado de buena calidad y a bajos precios, legumbres, batatas, calabazas, perdices y todo tipo de frutas, melones, duraznos, uvas, higos. La carne vacuna era traída desde los mataderos, que se encontraban en las cercanías de la ciudad, diariamente por los carniceros para ser vendida en trozos.

Algunos productos llegaban en barco desde muy lejos. Por eso eran caros: licores, muebles, abanicos, platos, copas de cristal, cubiertos, armas para la guerra, telas, vestidos, tabaco, azúcar, café, chocolate.

En la ciudad había fondas, que eran lugares en los que se servía comida ya preparada. Estos negocios también mandaban la comida a las casas.

También a las afueras de la ciudad se encontraban las pulperías de campo donde la gente se acercaba para comprar sus provisiones, jugar a las cartas, a la taba, tomar unos ricos mates o beber aguardiente. Allí también se podía comprar alimentos, ropas, tejidos y productos hechos en la colonia. Era posible conseguir objetos europeos comprados de contrabando a algún barco inglés que se acercaba a la costa.

Muchas familias de escasos recursos tenían una empresa familiar que les alcanzaba para cubrir sus necesidades básicas, Algunas confeccionaban cigarros, tejidos y comidas típicas que vendían por las calles de la ciudad.


Vendedores ambulantes de la época colonial
Vendedores ambulantes de la época colonial.

Los vendedores ambulantes:


En la colonia desde muy temprano se podían escuchar a los vendedores ambulantes que recorrían la ciudad ofreciendo sus productos: velas, escobas, agua, leche, plumeros, etc. Además de ir y venir por las callecitas de tierra por la mañana temprano se establecían en la Recova de la Plaza Mayor.

Cada vendedor ambulante tenía su pregón anunciando sus productos.

El aguatero


Vendían a domicilio el agua que tomaban directamente del Río de la Plata.

Para transportarla, utilizaban un gran tonel montado en un rudimentario carro tirado por bueyes o caballos. El carro no tenía asiento, por lo que el conductor debía sentarse en el pértigo. Los carros aguateros están provistos de una campana para anunciar su llegada.

Aguatero de Buenos Aires (1818). Acuarela de Emeric Essex Vidal
"Aguatero de Buenos Aires" (1818). Acuarela de Emeric Essex Vidal.
Aguatero de Buenos Aires

El agua se vendía por "canecas", medidas de madera que contenían unos veinte litros; estos recipientes fueron luego sustituidos por latas.

A veces, el aguatero no tenía carro y llevaba dos barriles sujetados a los flancos del caballo.

Aguatero a caballo

El primer aljibe de la ciudad fue construido en la casa de la familia Basavilbaso, quienes eran envidiados por sus vecinos ya que ellos tenían agua fresca en cualquier momento del día, muy pocas casas tenían aljibe porque la construcción de este era muy costosa. Tampoco se podía beber el agua de los pozos porque era salobre.

"El aguatero" - Acuarela de Carlos Pellegrini (1831)
"El aguatero" - Acuarela de Carlos Pellegrini, año 1831.

A pesar que el aguatero cargaba las cisternas en las orillas del río, el agua no era cristalina y necesitaba estar en reposo por veinticuatro horas para poder ser bebida. Para purificar más rápido el agua se solía poner un pedazo de carbón en las tinajas.

"Carro de Aguatero" (1818). Acuarela de Emeric Essex Vidal.
"Carro de Aguatero" (1818). Acuarela de Emeric Essex Vidal.


Pieza de colección


Aguatero, por Osvaldo Verón

Aguatero, por Osvaldo Verón

Aguatero, por Osvaldo VerónAguatero, por Osvaldo Verón

Aguatero, por Osvaldo Verón

Aguatero, por Osvaldo Verón

Aguatero, por Osvaldo Verón

El lechero


Generalmente eran niños o jóvenes hijos de los chacareros de los alrededores. Iban a caballo y llevaban la leche en recipientes de barro, de estaño o de hojalata, colocados dentro de bolsas de cuero, que colgaban a uno y otro lado de la cabalgadura.

 Lechero, por Cesar Hipólito Bacle.
 Lechero, por Cesar Hipólito Bacle.

Lechera, por Cesar Hipólito Bacle.
La lechera, por Cesar Hipólito Bacle.

Este oficio perduró hasta mediaqdos del siglo XX, cuando el lechero transportaba su mercadería en los recordados carritos artísticamente decorados por los fileteadores. Recorrían el barrio llevando la leche en sus característicos tarros, hasta la misma cocina de las amas de casa.

La vestimenta del lechero consistía en una camisa abierta con pañuelo anudado al cuello; bombachas negras ajustadas en el tobillo, alpargatas, boina y una faja de cuero color negro con amplios monederos. Visitaba cada domicilio llevando un tarro similar a los que transportaban la leche, pero de menor tamaño y un jarro con capacidad de 1 litro para servir la leche, con 4 marcas de un cuarto litro cada una.De lunes a sábados y a la misma hora, aparecía con su carga renovada diariamente.

Los tarros con leche eran colocados diariamente en determinadas estaciones de tren, por los tamberos de la Provincia de Buenos Aires en horas de la madrugada, llevándose un conjunto similar de tarros vacíos y limpios; los distintos colores de las tapas identificaban a sus dueños.

Lechero

Los lecheros coexistían pacíficamente y trabajaban en franca competencia. Cada uno tenía su clientela y era común ver, en una misma cuadra y a la misma hora, dos o tres carritos abasteciendo al vecindario. A una señal del lechero, el caballo avanzaba lentamente hasta la casa del próximo cliente, deteniéndose espontáneamente a la espera de una nueva orden.

Desde el cordón de la vereda hasta los fondos del corralón donde se encontraban las caballerizas, se extendía el tradicional camino de adoquines que permitía oir el inconfundible repiqueteo de las herraduras, a la hora del regreso. Allí se guardaban el carro, los caballos y se encontraba la salita reglamentaria para el lavado de taros, las medidas, los batidores y demás enseres que usaba el lechero durante la jornada diaria.

En 1960 se prohibió en la Ciudad de Buenos Aires la venta de leche sin pasteurizar. Las botellas de vidrio primero y los sachets después, provocaron la desaparición de las calles porteñas de este personaje y su popular carrito, al que los pibes solían subirse en el estribo trasero, para viajar colgados unos pocos metros por aquel Buenos Aires que se fue.



Lechero con su típico carrito (Mediados de siglo. XX)
Lechero con su típico carrito (Mediados de siglo. XX).

Pieza de colección


Lechero, por Osvaldo Verón

Lechero, por Osvaldo VerónLechero, por Osvaldo Verón

Lechero, por Osvaldo Verón

Lechero, por Osvaldo Verón


Panadera


En 1773 había 16 panaderías en Buenos Aires. En 1800 ya había 43. Las panaderías eran los lugares en los que se elaboraba el pan, tanto el blanco como el negro. También era importante la elaboración de bizcochos. Allí se hacía todo el proceso, desde la molienda en las tahonas, el amasado y el horneado. Luego, estos productos se vendían en el mercado, las pulperías, algunas casas particulares, las plazas o se repartía en las casas. 

Panadero de la calle San Martín, Buenos Aires. Acuarela de León Palliere, c.1858
Panadero de la calle San Martín, Buenos Aires.
Acuarela de León Palliere, c.1858.

Como muchos panaderos no cumplían con las normas sobre el peso del pan, el Cabildo le puso un número a cada panadería y obligó a marcar con ese número cada pan. Así, cuando, controlaban la calidad de un pan (que estuviera limpio y que pesara lo que debía), sabían qué panadero lo había hecho.

Pieza de colección


Panadera, por Osvaldo Verón

Panadera, por Osvaldo Verón

Panadera, por Osvaldo Verón

Panadera, por Osvaldo Verón


El vendedor de velas


Llevaba sobre el hombro un palo largo o caña, de cuyos extremos colgaban las velas de distintos tamaños por el pabilo (mecha). Generalmente las realizaba él mismo mediante cera y grasa para que puedan encenderse desde la parte superior mediante fuego.

Las velas se utilizaban tanto para alumbrar las casas como los salones de tertulia.

Vendedor de velas. Litografía de César Hipólito Bacle
Vendedor de velas. Litografía de César Hipólito Bacle.

Pieza de colección


Vendedor de velas, por Osvaldo Verón

Vendedor de velas, por Osvaldo Verón

Vendedor de velas, por Osvaldo Verón

Vendedor de velas, por Osvaldo Verón

El vendedor de escobas


El escobero iba tocando las puertas de las casas, en cada pueblo como de la ciudad, para vender un palo de madera con paja al final de su extremo el cual de distintos materiales hacía como rastrillo para barrer y sacar el polvo tan común en ese momento por las calles de tierra. 

Otro impacto importante que tenía el escobero, además de la venta de escobas y escobillones, es que intentaba ofrecer siempre lo mejor para mantener limpio el hogar y las personas que se encargaban de mantener limpia la casa de cada ciudadano veían muchas veces como un lujo el comprar un producto como éste, pero que a la larga lo obtenían ya que la limpieza fue un factor importante para diferenciarse de distintas clases sociales. Por lo tanto, el escobero muchas veces llevaba un plumero para plumerear lo que era muebles y mesas.

Vendedor de escobas. Litografía de César Hipólito Bacle.
Vendedor de escobas. Litografía de César Hipólito Bacle.
Vendedor de escobas (c.1810).
Vendedor de escobas (c.1810).


Pieza de colección


Vendedor de escobas, por Osvaldo Verón

Vendedor de escobas, por Osvaldo Verón

Vendedor de escobas, por Osvaldo Verón

Vendedor de escobas, por Osvaldo Verón


Vendedoras de mazamorra, empanadas o tortas


La mazamorra es un plato frió el cual vendía en una olla o jarro grande que llevaba en donde podía, generalmente en la cabeza, o ya tenía preparado los diferentes potes para vender a los criollos. En esos días de mucho frió este plato típico de América se lo comía muchas veces como postre, ya que algunos lo comían caliente pero la mayoría frío porque era un postre realizado de agua, azúcar, maíz blanco principalmente y vainilla para darle ese gusto tan rico con una rama ya que no existía los colorantes o extractos como es hoy en día. 

Otra variante de la mazamorrera era vender lo que se conocía como mazamorra con leche lo cual era muy sabroso y tenia menos preparación pero gustaba mucho para comer rápidamente.

Mientras las mazamorreras caminaban, cantando su pregón, le leche se sacudía ¡Parece que esto le daba a la mazamorra un sabor riquísimo!

Vendedora de tortas (César Hipólito Bacle).
Vendedora de tortas (César Hipólito Bacle).

Vendedora de empanadas en Tucumán, c.1890. AGN,  Documento Fotográfico. Aficionados. Inventario 21338
Vendedora de empanadas en Tucumán, c.1890. AGN,
Documento Fotográfico. Aficionados. Inventario 21338

Pieza de colección


Vendedora de empanadas, por Osvaldo VerónVendedora de empanadas, por Osvaldo Verón

Vendedora de empanadas, por Osvaldo Verón

Vendedora de empanadas, por Osvaldo Verón

Lavandera


También recorrían las calles las lavanderas negras o mulatas que iban hacia la playa llevando la ropa, el jabón y la tabla para refregar en enormes fuentones sobre sus cabezas y en una de sus manos la pava para calentar el agua para el mate.

Lavandera, por César Hipólito Bacle.
Lavandera, por César Hipólito Bacle.
Mazamorrera y lavandera (réplica del Cabildo de San Luis).
Mazamorrera y lavandera (réplica del Cabildo de San Luis).

Pieza de colección


Lavandera, por Osvaldo Verón

Lavandera, por Osvaldo VerónLavandera, por Osvaldo Verón

Lavandera, por Osvaldo Verón


Sereno


Sereno era el encargado nocturno de vigilar las calles y regular el alumbrado público y, en determinadas ciudades o barrios, de abrir las puertas. En algunas épocas y países, también solían anunciar la hora y las variaciones atmosféricas. Era habitual que fuesen armados con una garrota o chuzo, y usasen un silbato para dar la alarma en caso necesario. Como oficio, existió en España y en algunos países de Sudamérica desde el siglo XVIII. En Perú se denomina serenazgo a su servicio.

Sereno de Buenos Aires (c.1800) - Postal
Sereno de Buenos Aires (c.1800) - Postal.

En líneas generales y con ligeras variaciones según el país, era obligación de los serenos recorrer las calles de su demarcación protegiendo de robos y asaltos, evitando las peleas (incluso las domésticas), dar aviso de incendios y prestar auxilio a todo aquel que lo necesitara. En algunas ciudades se llamaban unos a otros por medio del silbato que llevaban o voceando contraseñas.

Los primeros serenos se documentan en España en el año 1715, creándose el Cuerpo de serenos el 12 de abril de 1765, siendo más tarde incluidos en un Real Decreto del 16 de septiembre de 1834, donde se regulaba la función de los serenos en las capitales de provincia.


Pieza de colección



Sereno, por Osvaldo Verón

Sereno, por Osvaldo Verón

Sereno, por Osvaldo Verón

Sereno, por Osvaldo Verón

Farolero


Cuando no existían iluminación eléctrica, el farolero era la persona encargada de encender los faroles de una población y mantenerlos en buen estado.

A cada farolero se adjudicaba un determinado números de los faroles y las calles en concreto a las que debía asistir. Debía encenderlos a una determinada hora en las noches oscuras y en las de luna a la hora que se les señalara. Debía acudir al amanecer por aceite y mechas para proveer a los faroles y mantenerlos limpios, lo que debía hacer a primera hora de la mañana. Para realizar su trabajo, los faroleros estaban provistos de un chuzo,

un pito, una linterna, escalera, alcuza y paños. Respondían del estado de los faroles que tenían asignados debiendo pagar los daños que les causaran.

Farolero, por César Hipólito Bacle
Farolero, por César Hipólito Bacle.

Darse voces de unos a otros desde las once de la noche, dictando la hora que era y el tiempo que hacía de cuarto en cuarto de hora no valiéndose del pito, sino para reunirse cuando necesitaran de auxilio.A menudo, compaginaban su labor de farolero con la de guarda y según este encargo, debían estar vigilantes toda la noche desde el momento que se encendían los faroles hasta el amanecer. Entre sus obligaciones figuraban:
  • Aprehender los malhechores o ladrones que encontrasen depositándolos en la guardia, cuartel o cárcel más inmediata
  • Avisar cuando hubiere fuego en alguna casa, al dueño de ella y después a la guardia más inmediata pero sin separarse de su puesto pues para todo debían pasar la palabra de unos a otros, como cuando algún vecino les pedía que solicitasen al médico, cirujano o partera.

Farolero encendiendo el último farol a kerosene de Buenos Aires, 1931
Farolero encendiendo el último farol a kerosene de Buenos Aires, 1931.
Archivo General de la Nación. Documento fotográfico. Inventario 75914

Pieza de colección


Farolero, por Osvaldo Verón

Farolero, por Osvaldo Verón

Farolero, por Osvaldo Verón








Pulpería (S. XIX)


Historia


Una pulpería era hasta inicios del siglo XX, el establecimiento comercial típico de las distintas regiones de Hispanoamérica, encontrándose ampliamente extendida desde Centroamérica hasta los países del Cono Sur. Su origen data de mediados del siglo XVI y proveía todo lo que entonces era indispensable para la vida cotidiana: comida, bebidas, velas, carbón, remedios y telas, entre otros.

También era el centro social de las clases sociales humildes y medias de la población; allí se reunían los personajes típicos de cada región a conversar y enterarse de las novedades. Las pulperías eran lugares donde se podía tomar bebidas alcohólicas y además se realizaban peleas de gallos, se jugaba a los dados, a los naipes, (etc.).

Interior de una pulpería (acuarela de Juan León Pallière, c.1858)
Interior de una pulpería (acuarela de Juan León Pallière, c.1858).

Los establecimientos eran una viva expresión de la cultura local, como en el caso rioplatense, en donde solían contar con una o dos guitarras, para que los gauchos "guitarreasen" y cantasen; o se organizaran payadas y bailes entre los parroquianos.

El pulpero atendía detrás de una reja de hierro o de madera, para protegerse de los asaltantes y de las riñas que se producían en el lugar, que podían terminar en serios duelos con facones.

Ni almacén, ni bar, ni bodegón. La pulpería argentina es la denominación que le cabe de manera exclusiva a la tienda rural más tradicional y añeja registrada geográficamente en territorio argentino, donde cualquier artículo de origen nacional puede ser objeto de venta o decoración y, en tal sentido, nada que quepa en ese rubro desentona. Si bien la pulpería argentina no tiene fecha exacta de inauguración, se estima que existían desde mucho antes del contacto de los españoles con los araucanos, incluso cuando aún no existía comercio alguno o estancia que garantizara la provisión de bebida o alimento. En 1810 existían en la Provincia de Buenos Aires (que por entonces incluía a la Capital Federal) unas 500 pulperías.

La pulpería, litografía de Juan León Palière
La pulpería (campaña de Buenos Aires). Litografía, 1864/1865.
Forma parte del álbum "Escenas americanas", de Juan León Palière.

Testigos de este pasado destacan la Blanqueada en San Antonio de Areco y la Pulpería de Cacho en la ciudad de Mercedes. Aunque ya no son tan numerosas, algunos de éstos establecimientos persisten en el Barrio de San Telmo y Parque Patricios de la Ciudad de Buenos Aires donde se puede acceder a diversas mercaderías y tomarse un trago con el pulpero dueño del lugar. Otras pulperías, en cambio, han subsistido transformadas en los denominados “almacenes" y "despensas", que son una parte de las clásicas pulperías tradicionales.


Pieza de colección


Escena de una pulpería del siglo XIX confeccionada en escala 1/32 (54 mm) por Osvaldo Verón:  https://www.facebook.com/osvaldo.veron.180?fref=photo

Está claramente inspirada en los cuadros de Juan León Pallière, sobre todo en el primero.

El edificio es de madera con un reboque interno de revestimiento para paredes interior. Los personajes y todos los accesorios fueron modelados en metal blanco.

Proceso de armado
Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Resultado final
Pulpería, por Osvaldo Verón


Mi maqueta
Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo VerónPulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

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Pulpería, por Osvaldo Verón

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Pulpería, por Osvaldo Verón

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Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo VerónPulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón

Pulpería, por Osvaldo Verón









La carreta


Descripción


Un carro es un vehículo de transporte que se desplaza sobre dos o más ruedas, movido por tracción animal.​ Tirados por caballos, mulas, burros, bueyes, otros animales o incluso personas, en función de las costumbres del lugar. Puede denominarse también carreta,​ carruaje,​ coche de caballos, diligencia, etc.

El carro llegó a Europa y Asia occidental en el cuarto milenio antes de Cristo, y al Valle del Indo hacia el tercer milenio antes de Cristo.​ A América, llegó en el siglo XV, directamente de la mano de los conquistadores españoles, así como los caballos y las mulas, ya que al carecer de animales de carga los nativos americanos cargaban las cosas a la espalda.

"Carreta vadeando un río" (por Tito Saubidet)
"Carreta vadeando un río" (por Tito Saubidet).

La parte fundamental del carro es la caja, receptáculo donde se lleva la carga, sea de mercancías o personas. La caja se apoya sobre unas ruedas (dos o cuatro), directamente o mediante un sistema de suspensión más o menos complicado. En países muy fríos, en vez de ruedas la caja se apoya sobre unos patines para la nieve.

"La carreta" (dibujo de Ricardo Rodríguez Gálvez)
"La carreta" (dibujo de Ricardo Rodríguez Gálvez).

La caja debe tener un sistema para enganchar los animales o personas que forman el tiro. El sistema más sencillo son dos varas entre las que se sitúa el animal de tiro que, mediante unos arneses, queda enganchado y, además, sujeta la caja en posición horizontal cuando está parado. Cuando para el tiro se requiere más de un animal, generalmente suelen ser por pares. Las varas se sustituyen por una sola central, con un animal a cada lado. Para los carros ligeros, a menudo para pasajeros, el enganche a la vara o lanza suele hacerse mediante arneses, el principal de los cuales es un collarín, generalmente de madera forrada de cuero con almohadillado, que es la pieza principal de apoyo en el animal para soportar el tiro. Cuando son carros de carga, tirados por animales pesados, como bueyes, al final de la lanza se dispone un yugo, que apoya en el cuello de los dos animales, con los correspondientes arneses también.

La carreta de bueyes

La carreta tirada por bueyes fue el medio de transporte de carga propio del Río de la Plata desde la época colonial hasta entrado el siglo XX. Tenían una caja estrecha y alargada, y podía estar techada en cuero o paja. sus ruedas, de gran diámetro y anchas "camas", permitían avanzar sobre lagunas y lechos de ríos o arroyos. Podían ser tiradas hasta por 3 yuntas de bueyes.

Carretas de bueyes

Este tipo de carreta carecía de asientos, por lo que el conductor debía sentarse en el pértigo. Martín Fierro hace referencia a ello:
"Sé dirigir la mansera 
y también echar un pial; 
sé correr en un rodeo, 
trabajar en un corral;
me sé sentar en un pértigo
lo mesmo que en un bagual".
(La vuelta de Martín Fierro,
cantos 139-144).

Pértigo


Carro tirado por bueyes en el desfile del Bicentenario.

Pieza de colección


Carro de 2 ruedas tirado por bueyes, confeccionado en escala 1/32 (54 mm) por Osvaldo Verón:  https://www.facebook.com/osvaldo.veron.180?fref=photo













 

Bailarines de tango


Historia


Los nombres de los primeros bailarines no están en un libro sobre la historia del tango sino en prontuarios policiales. En un diario de 1862 se lee que "Daniel Molina, Feliciano Orsine, Rufino Olguín y José Sandoval, con las mujeres Catalina Barsolo y Francisca Díaz fueron presos a la comisaría por estar bailando y tirando cortes … que les estaba prohibido".

Buenos Aires cerca del 1910. Jóvenes trabajadores bailan tango entre hombres y escuchan a un bandoneonista en la vereda
Buenos Aires cerca del 1910. Jóvenes trabajadores bailan tango entre hombres
y escuchan a un bandoneonista en la vereda.

Desde el principio, la milonga y el tango encontraron su complemento natural en el baile de pareja, y curiosamente, al principio, entre hombres. Practicaban en la calle, en los conventillos –casas muy pobres donde vivían apiñados los inmigrantes–, inventaban la danza a medida que la música se iba creando. Luego iban a bailar a los prostíbulos, con las prostitutas también procedentes de Italia, España, Francia… Es por ello que en los comienzos, el tango tenía una muy mala reputación: era la música y el baile de los barrios bajos y de los truhanes.

Piezas de colección


Bailarines de tango confeccionados en aleación metálica y escala 1/32 (54 mm) por Osvaldo Verón: http://www.msminiaturas.com.ar/

Bailarines de tango, por Osvaldo Verón

Bailarines de tango, por Osvaldo Verón

Bailarines de tango, por Osvaldo Verón

Bailarines de tango, por Osvaldo Verón

Bailarín de tango, por Osvaldo Verón

Bailarín de tango, por Osvaldo Verón

Bailarín de tango, por Osvaldo Verón

Bailarín de tango, por Osvaldo Verón





 

 

Duelo de malevos


Historia


La llamada esgrima criolla, que derivaba en el clásico duelo a cuchillo del gaucho, implicaba una técnica que no era definida en una escuela formal, como en el caso de la esgrima europea, sino que respondía a un criterio instintivo, desarrollado con el juego del “visteo” y una rara habilidad para dirigir los lances, desviar los golpes contrarios con quites o sacando el cuerpo para evitar un corte o la herida mortal. El visteo era un juego de niños que se practicaba, incluso, cuando se llegaba a la adultez. Era una preparación para la pelea con cuchillo, en la que se adquirían la velocidad de la vista y la habilidad para adivinar el destino del golpe contrario, y cómo evitarlo. Moviendo velozmente el cuerpo o efectuando un quite con rapidez. Se practicaba con palitos, con vainas vacías o, simplemente, “a dedo tiznao”, pasando el dedo por el fondo de una olla, con el objeto de “marcar” al contrario, preferiblemente en el rostro. Así se haría con el cuchillo, en caso necesario. El arma elegida para el duelo era el facón o la daga (muchas veces de hasta 70 centímetros de largo), pero eventualmente cualquier cuchillo servía, si la habilidad de quien lo empuñaba era suficiente. El duelo se desarrollaba en la “cancha“, un espacio limitado en el cual dos hombres se enfrentaban armados solamente con su cuchillo y algunas veces con el poncho enrollado en el antebrazo que no manejaba el arma. La habilidad consistía en dirigir los lances y esquivar los del contrario; realizar quites o “esquivar el bulto” sin demostrar temor y mucho menos cobardía. El duelo era ante todo, una cuestión de honor y de valentía. Una vez que había comenzado, el motivo que lo había provocado era secundario.

Duelo criollo

En el duelo criollo, todo estaba permitido: pisar al contrario y tratar de hacerle perder el equilibrio; tirarle tierra en el rostro a punta de cuchillo para menguar su visión, o dirigir un flecazo del poncho con idéntico fin, eran algunas de las tretas utilizadas. Como también “hacerle pisar el poncho” y provocar la caída del distraído. Un poncho enrollado en el brazo podía servir como escudo. Era lo más habitual y servía para “parar” o “abarajar” algunos golpes. Ponchos hechos jirones atestiguan su efectividad. Pero algunas veces se solía utilizar también el rebenque como arma secundaria. Un golpe dirigido a la cabeza del oponente, podía poner fin al enfrentamiento, en forma efectiva y sin derramar sangre. Hemos dicho que, en general, no se buscaba matar al contrario, sino “marcarlo”, preferentemente en el rostro. Una afrenta mayor, que podía enardecer a quien recibía el “benteveo”, al punto de decidir que únicamente la muerte del contrario podría salvar su honor. El amago era una táctica que intentaba confundir a oponente: se pretendía lanzar una estocada a un lugar, pero en realidad, se la dirigía a otra zona del cuerpo. Y si el contrario no advertía el engaño, un peligroso corte afloraba en su piel

Las puñaladas recibían distinto nombres según la forma de dirigirlos o el lugar al que llegaban: “a punto alto”, o “barbijo”, era una cuchillada tirada al rostro. El vientre era una zona buscada solamente cuando se pretendía matar al contrario. Un lance muy difícil y peligroso, pues uno debía descuidar su propia guardia y estirarse para llegar a esa zona del oponente más protegida mediante el poncho, la posición ligeramente agazapada, y la presencia de la rastra, que oficiaba casi como un escudo metálico de esa parte del cuerpo. Pero cuando se lograba la peligrosa y temida puñalada que se conocía como “la que baja las tripas”, el efecto era contundente y definitivo, tal como lo grafica su propio nombre. Cabía también un golpe muy peligroso, dirigido a la cabeza, con toda la furia, de arriba hacia abajo: el golpe de hacha o “Dios te guarde”, nombre que proviene de la esgrima española con espada, también así conocido. Un golpe parecido era “el planazo”, aunque en este caso solamente se intentaba atontar, o al menos humillar al contrincante, golpéandolo con los planos laterales de la hoja. Menos sangriento, pero igual de efectivo y contundente. Cada uno de estos lances o golpes, tenía su contrapartida. De un hábil y veloz “quite” y de la efectividad con la que se efectúe y el conocimiento de las reacciones del adversario, dependía la supervivencia del duelista.

Duelo criollo

El cuchillo y la traición en el tango


Repasemos algunos títulos donde el duelo a cuchillo no ha sido -como a Borges le gustaba- “incausado” sino que la causa ha sido una de las más frecuentes: un asunto de polleras. 

Julio Navarrine describe en “A la luz del candil” (1927), un desdichado escenario de una traición que desembocó en un doble crimen, y un hombre arrepentido que se entrega a la autoridad y suplica el perdón de Dios. El filo desempeña en esta obra un papel de singular importancia: mata y extrae “las pruebas de la infamia” con que el homicida se entrega.


“Brindis de sangre”, con letra de José Suárez, es una muestra de cómo pelear, era, al decir borgeano, “una fiesta”. A pleno mediodía, el cómplice de la traición regresa a la pulpería y se encuentra con su rival. Se reconocen. 


Más famoso, el tango “Duelo criollo” (1928) con letra de Lito Bayardo, podría ser perfectamente un argumento de Shakespeare o de una tragedia griega. Tres personas, una traición y tres muertes. 
“pero otro amor por aquella mujer,

nació en el corazón del taura más mentao

que un farol, en duelo criollo vio,

bajo su débil luz, morir los dos.” 
“… De pena la linda piba

abrió bien anchas sus alas

y con su virtud y sus galas

hasta el cielo se voló.”




“El ciruja” (1926) cuya letra le pertenece a Alfredo Marino, dice en una feliz estrofa:
“Frente a frente, dando muestras de coraje, 

los dos guapos se trenzaron en el bajo,

y el ciruja, que era listo para el tajo,

al cafiolo le cobró caro su amor.”

Carlos Gardel: "Duelo criollo" (1928).



Milonga de Jacinto Chiclana


Me acuerdo. Fue en Balvanera
En una noche lejana
Que alguien dejó caer el nombre
De un tal Jacinto Chiclana.

Algo se dijo también
De una esquina y de un cuchillo;
Los años nos dejan ver
El entrevero y el brillo.

Quién sabe por qué razón
Me anda buscando ese nombre;
Me gustaría saber
Cómo habrá sido aquel hombre.

Alto lo veo y cabal,
Con el alma comedida,
Capaz de no alzar la voz
Y de jugarse la vida.

Nadie con paso más firme
Habrá pisado la tierra;
Nadie habrá habido como él
En el amor y en la guerra.

Sobre la huerta y el patio
Las torres de Balvanera
Y aquella muerte casual
En una esquina cualquiera.

No veo los rasgos. Veo,
Bajo el farol amarillo,
El choque de hombres o sombras
Y esa víbora, el cuchillo.

Acaso en aquel momento
En que le entraba la herida,
Pensó que a un varón le cuadra
No demorar la partida.

Sólo Dios puede saber
La laya fiel de aquel hombre;
Señores, yo estoy cantando
Lo que cifre en el nombre.

Entre las cosas hay una
De la que no se arrepiente
Nadie en la tierra. Esa cosa
Es haber sido valiente.

Siempre el coraje es mejor,
La esperanza nunca es vana;
Vaya pues esta milonga
Para Jacinto Chiclana. 

JORGE LUIS BORGES



Jacinto Chiclana (Rodolfo Ramos, 1995).
Jacinto Chiclana (Rodolfo Ramos, 1995).
Acrílico sobre papel montado en cartón. 45x33cm.

Piezas de colección


Dos malevos enfrentándose en duelo criollo, figuras confeccionadas en aleación metálica y escala 1/32 (54 mm) por Osvaldo Verón: http://www.msminiaturas.com.ar/

Duelo criollo, por Osvaldo Verón

Duelo criollo, por Osvaldo Verón

Duelo criollo, por Osvaldo Verón

Duelo criollo, por Osvaldo Verón









El Eternauta


Historia


El Eternauta es una historieta de ciencia ficción creada por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López, publicada entre 1957 y 1959 en la revista Hora Cero, de Editorial Frontera, y luego reeditada en varias ocasiones debido a su éxito.

En su idea inicial, fue concebida como una historia corta, de menos de 80 cuadros, pero a medida que su éxito crecía la historia se extendería por espacio de más de 350 páginas, siendo uno de los primeros éxitos editoriales de Argentina. 

Con una original introducción, donde incluso aparece el mismo Oesterheld, su creador, la historia empieza una fría noche en la casa de Juan Salvo, donde él y sus amigos se encuentran jugando a las cartas en un altillo de su casa. Sin embargo, imprevistamente, se corta la electricidad, un extraño silencio, y todos los sonidos de la ciudad desaparecieron. Allí comienza a caer sobre Buenos Aires una nevada que mata todo lo que toca.

Allí comenzaba la invasión.

El Eternauta - Trailer.

Desde ese momento, comenzaba una lucha desigual entre los sobrevivientes y los invasores extraterrestres más avanzado tecnológicamente, una lucha espectacular y con un sorprendente final.

Luego, en 1969, Oesterheld hizo junto a Alberto Breccia una segunda versión de la obra, que se publicó en la revista Gente, de Editorial Atlántida. Sin embargo, rápidamente el nuevo guión sería cancelado por contener un fuerte mensaje político.

En 1976, ya en plena dictadura, Oesterheld nuevamente se reuniría con Solano, y desde la clandestinidad, lanzan El Eternauta II que se publicó en la revista Skorpio de Ediciones Record. Esta nueva versión fue la más política de todas, con un marcado perfil montonero, agrupación guerrillera de izquierda en la cual Oesterheld militaba.

Luego vino el desenlace anunciado. El 24 de abril de 1977 Oesterheld fue secuestrado por las fuerzas armadas argentinas y pasó a ser un desaparecido más de la dictadura militar. Y fueron por más: secuestraron a sus cuatro hijas y dos de sus yernos. Ninguno de ellos volvió a aparecer.

El Eternauta - Huellas de una invasión.

El Eternauta impactó fuerte en la gente porque los protagonistas de esta historieta no son superhéroes, son hombres y mujeres normales que se resistieron al invasor. Y claro, en los años 50, una historia de extraterrestres no era muy común. Además, la lucha por la libertad del ser humano se reflejó en cada cuadro de la historia, la misma que se desarrollaba en pleno Buenos Aires.

El Eternauta es considerada la historieta más importante de la historia argentina y un clásico latinoamericano.

Figura de colección 1


Clásica figura del Eternauta en escala 1/32 (54 mm) confeccionada en aleación metálica por Juan Manuel Valea: https://www.facebook.com/modelismo.medida/

Si bien la historieta original es en blanco y negro, existen dos versiones coloreadas del Eternauta: en azul y en naranja.

El eternauta, por Juan Manuel ValeaEl eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel ValeaEl eternauta, por Juan Manuel Valea

Figura de colección 2


Excelente diorama basado en El Eternauta, confeccionado en escala 1/72 por Juan Manuel Valea: https://www.facebook.com/modelismo.medida/

Podemos apreciar la nevada mortal y la destrucción dejada por la invasión alienígena a su paso. Una casa, dos vehículos y un tanque Sherman del Ejército Argentino completan la escena junta al Eternauta.

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea

El eternauta, por Juan Manuel Valea





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